Cajas
En las cajas se puede encontrar de todo.
Hubo una época en que los domingos lo primero que hacía al entrar en cierto salón antiguo, de esos más pensados para las visitas que para acoger tardes de pereza, era recorrerlo abriendo una a una todas las cajitas que encontraba repartidas por las estanterías. Esta rutina tenía una razón de ser. En una de esas cajas, cada domingo en una diferente, encontraba una sorpresa reservada para mí. Esta tradición que no sé cuánto duraría, probablemente solo unos meses aunque para mí es como si hubiera sucedido desde siempre, me despertó un curioso interés por lo que encierran las cajas.
Con el tiempo he comprendido que lo que más me gustaba de todo eso era el proceso, la incertidumbre y la emoción de saber que en alguna de esas cajas había un secreto, que yo pronto descubriría. Ésta no, pero quizá en la próxima caja: tampoco, estará entonces en la roja, la semana pasada fue la de los pájaros, no puede estar otra vez ahí. Y ese recorrido circular me borraba el salón, que entonces no tenía techo, ni suelo, ni libros, solo cajas de diferentes tamaños, formas y colores, con tesoros escondidos susurrando: estoy aquí.
Todavía hoy cuando voy de visita a alguna casa me entran tentaciones de ir abriendo las cajas que me encuentro, para ver en cuál de ellas podría estar aguardándome un secreto. Pero no me atrevo, tan solo paseo mi mirada con la esperanza de oir un susurro que me diga: estoy aquí.
Hubo una época en que los domingos lo primero que hacía al entrar en cierto salón antiguo, de esos más pensados para las visitas que para acoger tardes de pereza, era recorrerlo abriendo una a una todas las cajitas que encontraba repartidas por las estanterías. Esta rutina tenía una razón de ser. En una de esas cajas, cada domingo en una diferente, encontraba una sorpresa reservada para mí. Esta tradición que no sé cuánto duraría, probablemente solo unos meses aunque para mí es como si hubiera sucedido desde siempre, me despertó un curioso interés por lo que encierran las cajas.
Con el tiempo he comprendido que lo que más me gustaba de todo eso era el proceso, la incertidumbre y la emoción de saber que en alguna de esas cajas había un secreto, que yo pronto descubriría. Ésta no, pero quizá en la próxima caja: tampoco, estará entonces en la roja, la semana pasada fue la de los pájaros, no puede estar otra vez ahí. Y ese recorrido circular me borraba el salón, que entonces no tenía techo, ni suelo, ni libros, solo cajas de diferentes tamaños, formas y colores, con tesoros escondidos susurrando: estoy aquí.
Todavía hoy cuando voy de visita a alguna casa me entran tentaciones de ir abriendo las cajas que me encuentro, para ver en cuál de ellas podría estar aguardándome un secreto. Pero no me atrevo, tan solo paseo mi mirada con la esperanza de oir un susurro que me diga: estoy aquí.
2 Comments:
:)
(además, está impecablemente escrito y contado). Limitaciones de un medio como este, donde solamente podemos expresarnos con palabras, (como si las palabras sirvieran siempre... pocas veces sirven) hay cosas que solamente se pueden contestar con un gesto, y con el teclado no hay gestos posibles más allá de unos pocos signos convencionales, así que uno se queda sin poder decir nada.
:)
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