Desconcentrada
No me acostumbro a escribir en este sitio aséptico e impersonal que es el cibercafé. Ahí fuera pasan coches y motos (aunque en ninguna veo a Audrey Hepburn y Gregory Peck) que cruzan por delante de una fuente de Bernini de formas gelatinosas y resbaladizas recreando un pequeño océano en el centro de la plaza.
Aquí dentro suena una música que me aisla del rítmico sonido del agua del Tritone y del bullicio propio de estas horas en que la gente (muchos turistas y algún romano) regresa a casa, aprovecha para hacer alguna compra, o charla por su "telefonino".
Para escribir necesito mi lugar. Un sitio más íntimo y donde desviar la mirada para pensar. Aquí, si entretengo la mirada, no veo más que otras tantas pantallas como la mía, la mayoría esperando a ser observadas, colgadas de un panel de madera clara y como únicos compañeros un teclado sin "eñe" y un ratón que por lo achacoso que está quizá sea contemporáneo de la fuente de ahí fuera.
Pasado mañana volveré a mi rincón, pondré estos últimos posts en orden porque vuelven un poco arrugados de estar en la maleta y ya no veré cómo los turistas al regresar a sus hoteles dan el relevo a todos los gatos que por la noche, en la quietud de los foros, se convierten en los dioses de la ciudad.
Aquí dentro suena una música que me aisla del rítmico sonido del agua del Tritone y del bullicio propio de estas horas en que la gente (muchos turistas y algún romano) regresa a casa, aprovecha para hacer alguna compra, o charla por su "telefonino".
Para escribir necesito mi lugar. Un sitio más íntimo y donde desviar la mirada para pensar. Aquí, si entretengo la mirada, no veo más que otras tantas pantallas como la mía, la mayoría esperando a ser observadas, colgadas de un panel de madera clara y como únicos compañeros un teclado sin "eñe" y un ratón que por lo achacoso que está quizá sea contemporáneo de la fuente de ahí fuera.
Pasado mañana volveré a mi rincón, pondré estos últimos posts en orden porque vuelven un poco arrugados de estar en la maleta y ya no veré cómo los turistas al regresar a sus hoteles dan el relevo a todos los gatos que por la noche, en la quietud de los foros, se convierten en los dioses de la ciudad.
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